Hay veces en que se nos va la certeza, contemplamos la muerte y la barbarie, negamos el amor, nos separamos, sentimos soledad en el tumulto, tenemos que transar con la indolencia, pulsar futilidad y sin sentido, el hachazo del miedo y el hastío, aquella insípida vacuidad que nos aguarda, después del autoengaño. Huyendo del dolor nos dedicamos a rituales vacíos y artificios.
Hay veces en que nos olvidamos de sufrir, nos confortamos en nuestra llenura, resplandece en el mundo la hermosura, sentimos el regalo de la gracia y se descoloriza nuestro drama. Sonidos y silencios nos seducen, descuidamos por fin las obsesiones, somos incitadores de confianza y nos retoñan alas y sosiego, como si cada instante renaciéramos.
Y a nuestros limpios ojos inocentes, solo llegan testigos de armonía.